Extensos prados verdes, vacas pastando ajenas al mundo, y un fondo de cumbres nevadas de un lado, y el mar cantábrico y sus costas escarpadas al otro. Esa es la imagen que se dibuja en nuestra mente cuando pensamos en ir de viaje por Asturias.
El paraíso natural del que hablan sus instituciones de turismo. Y no les falta razón. El Principado de Asturias es como una preciosa postal surcada por límpidos ríos y parques naturales centenarios.
Sin embargo, esta alma rural indiscutible convive en Asturias con los paisajes urbanos de sus tres ciudades principales (Oviedo, Gijón y Avilés), que concentran más del 60 % de la población total de la comunidad.
Índice del artículo
Asturias. Corazón urbano
Oviedo señorial
Comenzando por su casco antiguo, que conserva la elegancia de épocas pasadas, con sus recios edificios de piedra, el estado impoluto de sus calles peatonales y el trasiego de gente que se concentra en torno a la preciosa plaza del Fontán, así como en la calle Uría, arteria comercial de la ciudad. En nuestro recorrido es imprescindible detenerse en la Catedral gótica, que se desvela con su imponente perfil desde cualquier perspectiva de la plaza Alfonso II el Casto, en cuya esquina también encontramos el interesante Museo de Bellas Artes de Asturias, con obras de Goya, Murillo, Miró, Sorolla o Darío de Regoyos, así como artistas asturianos del siglo XIX y XX.
Otra actividad ovetense por excelencia es descubrir la multitud de esculturas que se reparten por la ciudad, dedicadas a personajes tan dispares como Woody Allen, Mafalda o La Regenta.
Gijón mira al mar
Avilés, el esplendor recobrado
En ella, nadie se puede perder su mercado, ubicado en una preciosa plaza con balcones en galería, que se celebra cada lunes desde 1479, época clave del esplendor comercial de la ciudad gracias a la actividad de su puerto. En nuestro recorrido por el centro peatonal también nos encontraremos con el palacio de Balsera, la parroquia de San Nicolás de Bari, la iglesia Sabugo, el Ayuntamiento o la plaza del Carbayedo, con su hórreo tradicional en el centro. Al otro lado de la ría, la isla de la Innovación se encuentra presidida por la cúpula blanca del Centro Cultural Niemeyer, una suerte de Guggemheim avilesino que ha traído a grandes figuras del panorama cultural internacional desde su inauguración.
Asturias. Alma rural
Asturias. Pueblos que abrazan al Cantábrico
Una ruta por la costa nos permite sumergirnos en una cultura marinera que se refleja en la gastronomía, en el carácter de sus gentes y en el propio trazado de los pueblos. Cudillero es como un gigantesco embudo que desemboca en su exiguo puerto, desde el que mirar hacia atrás, hacia el caserío multicolor, para contemplar un panal vertical en el que apenas se adivinan sus mínimas calles repletas de escalones.
Al igual que en Lastres, donde la panorámica desde el mirador de San Roque, nos da la perspectiva completa del pueblo dispuesto en escalones y empinadas cuestas, improvisadores miradores ante la inmensidad azul.
A un lado, la impoluta parte medieval, al otro, una zona más moderna que finaliza en el faro de Llanes. Uno de los muchos que se reparten por la cosa para el deleite de los cazadores de estas bucólicas construcciones. El de Peñas, también Museo del Medio Marino, se interna en el Cantábrico a través de escarpados acantilados en los límites del parque natural homónimo, más aún que el del Cabo Vidio o el de Lastres, uno de los más bonitos de Asturias.
También son incontables las playas, de todas las formas y tamaños. Salvajes y verdes, rocosas y de difícil acceso, largos arenales para tomar el sol, rincones surferos, playas donde los ríos se funden con el mar… Y todas con una gama cromática que va desde el verde intenso de los valles y montañas circundantes, al azul profundo del Cantábrico.
Es imposible quedarse con una en concreto, pues todas ellas son diferentes y espectaculares a su manera. De hecho, cambian de forma radical según el momento en el que las visitemos y el estado de las mareas.
Al interior de Asturias, sin brújula
Son numerosos los espacios naturales protegidos entre los que elegir para perder el norte, aunque sea de forma figurada. El Parque Nacional de Picos de Europa, compartido con Cantabria y Castilla y León, es el segundo más visitado de España y ofrece suficientes razones para justificar su popularidad.
De la parte asturiana, la joya de la corona son los lagos de Covadonga, concretamente el Enol y el Ercina, ubicados en un paisaje espectacular de alta montaña al que se accede por una carretera que culebrea por recodos imposibles desde la basilica y el santuario de Covadonga (hay servicios de autobús regulares desde Cangas de Onís, obligatorio en verano), otro de los puntos imprescindibles de la región y lugar con un simbolismo especial en la historia de España.
Aquí combatió el rey asturiano Pelayo contra las tropas musulmanas, recibiendo la providencial ayuda de la virgen a la que posteriormente se consagró el santuario. Hoy día, más allá de creencias religiosas, el paraje impresiona por la belleza de la basílica neorrománica, la magia que desprende la santa cueva y la importancia histórica del santuario.
Todo ello envuelto en una explosión de vegetación verde, picos nevados y caudalosos ríos. La jornada bien puede finalizar en Cangas de Onís, un precioso pueblo dedicado al turismo en el que destaca su puente romano.
Se trata de uno de los bosques mejor conservados de Europa, todo un ejemplo de protección medioambiental que alberga entre sus límites una rica comunidad de flora y fauna, entre la que destaca el oso pardo. Pasear por los caminos de Muniellos (previa reserva; sólo 20 personas al día) y su entorno es como internarse en un cuento de hadas.
Un frondoso bosque de hayas y robles cubiertos de líquenes que crean bóvedas verdes que apenas dejan pasar la luz y entre los que discurre el río Muniellos, repleto de truchas en sus aguas cristalinas. Si subimos hacia las alturas, a cualquiera de los miradores del parque y sus alrededores diseminados por la denominada Ruta de los Puertos, podemos divisar la densa arboleda de Muniellos, que cambia de tonalidad en cada época del año.
El entorno de la zona está trufado de minúsculas poblaciones donde el tiempo parece detenerse. Las únicas señales de vida humana son las columnas de humo de las chimeneas que ascienden desde las casonas tradicionales. Oballo ofrece grandes vistas de Muniellos, Gedrez se enclava en pleno ascenso hacia las Fuentes del Narcea, Moal se asienta sobre un valle junto al que crece el bosque homónimo, y Besullo, pueblo natal del dramaturgo Alejandro Casona, conserva todo el encanto de la arquitectura y rasgos etnológicos de la región.
Y son muchos más los pueblos que, aislados y silenciosos, cautivan al visitante por su entorno mágico.